lunes, 15 de diciembre de 2008

U. N. Q. Seminario y Taller de Escritura Urcola, Juan Pablo


ENSAYO

La visión del Escritor

“Las palabras podrán ser tan
precisas que suenan opacas, pero
de todas maneras significan; si
se las usa con cuidado
pueden producir
todas las notas”. Raymond Carver



Me preocupa mucho la velocidad que la escritura puede llegar a alcanzar, una velocidad que no tiene límite. Pero no asocio a la escritura con lo rápido o lento que pueda ser ese proceso, sino con la ilimitada cantidad de ideas, pensamientos y percepciones que de alguna forma u otra la constituyen y a las diversas formas de escribir.
¿Será necesario conocerlas para llegar a ser un buen escritor? Si la respuesta a esta pregunta resulta ser sí, entonces de la misma manera deberíamos conocer las múltiples formas de observar, y por ello entiendo no sólo lo que nos proporcionan nuestros ojos, sino también lo que remite a la percepción y recepción de los sonidos, de texturas, de olores y aromas, de recuerdos y de muchas otras cosas más que si bien no se pueden ver, pero se sienten. En cambio si la respuesta resulta ser no, uno se debería plantear si esto es así o algo en nosotros está fallando. Quizá no sea tan imprescindible conocerlas a todas para llegar a ser un buen escritor, pero creo que sí es necesario sentirlas por más invisibles que sean.

Cuando un estudiante se prepara para el examen de ingreso a la Universidad Nacional de Quilmes, encuentra que en una de las primeros párrafos del manual de ejercitación se enuncia la siguiente frase: “Todos los seres humanos posee –desde que empezamos a comunicarnos- conocimientos lingüísticos que nos permiten interactuar de manera relativamente eficaz con otros seres humanos con los que convivimos o compartimos actividades sociales”.[1] Esos conocimientos lingüísticos siempre vienen acompañados de las diferentes formas de mirar y observar las actividades que realizamos o que suceden alrededor de nosotros.
Desde que empezamos a balbucear, durante nuestro proceso como lactantes, empezamos a construir una relación entre lo que vemos, lo que escuchamos y sentimos. Este


proceso se va profundizando cada vez más hasta llegar a dotarnos de una compleja matriz de conocimientos compartidos y nos transforma en seres coherentes y razonables.
Por lo tanto, como seres humanos, poseemos esa virtud y es ella la que nos distingue de los demás seres vivos. Todos poseemos la facultad de ser seres comunicativos, y esa facultad la podemos expresar mediante la escritura.

Los escritores son aquellas personas que desarrollan esa parte de la comunicación social a través de plasmar sus ideas, expresiones, creaciones y argumentos en un papel para que otros lo puedan conocer.
Pero para ello se tuvo que desarrollar previamente diferentes modos de observar y mirar, no sólo a nosotros mismos, sino también todo lo que pasa a nuestro alrededor.
Esa forma de observar evoluciona con el paso del tiempo y va llenando los espacios vacíos. Es por eso que Italo Calvino señala que: “(…) en los últimos siglos los hombres han desarrollado una capacidad de observación objetiva, un escrúpulo de precisión al establecer analogías y diferencias, una curiosidad por todo lo que es insólito e imprevisto, cualidades todas que nuestros predecesores de la Antigüedad y del Medioevo no parecían poseer”.[2]
Es probable que esta evolución abarque, en forma general, a toda la humanidad, pero en el caso selecto de los escritores existe una manera de mirar muy peculiar que los distingue de los demás, de entre sus colegas y que los hace únicos. Esa forma de mirar contempla un gran abanico de posibilidades, percepciones y deducciones que se verán reflejadas en cada escrito. Quizás sea por esto que Raymond Carver dijo una vez que existe en todo escritor “una manera única y exacta de mirar las cosas y encontrar el contexto apropiado para expresar esa manera de ver”. [3] Esta expresión se traduce en una obra literaria concreta, que enmarca el mundo del que escribe y de nadie más.
Un escritor es aquel que tiene esa habilidad tan preciada, pero que pocos desarrollan, porque de nada sirve tener talento si no se tiene esa “manera especial de mirar”.[4] Según Carver es éste el escritor que trasciende y perdura.


Por lo tanto hasta aquí se puede decir que si bien existen muchas formas de ver, de mirar y observar, hay una forma de esas tantas que es especial y que si la posee y desarrolla un escritor, sus obras durarán. ¿Será esta la respuesta para llegar a ser un buen escritor? Por lo que sé, un buen escritor va más allá del resto, consigue comunicar lo que piensa, consigue que sus obras sean aceptadas y que se ganen la consagrada recepción de su público lector.
Entonces puede ser que esa forma de mirar que por consiguiente posee un escritor y que desarrolla durante toda su vida logre elevarlo al máximo lugar que puede aspirar alguien cuya vocación y profesión se fundamenta con la escritura. Pero es importante aclarar que para lograrlo cada forma especial de mirar debe ser distinta a la de los demás e incluso distinta a la de los demás escritores, debe ser muy personal, debe ser única. Esto quizá guarde relación con lo que afirma Carver, cuando dice: “lo que crea la tensión en un escrito literario es en parte la manera como las palabras concretas se enlazan para conformar la parte visible de la obra”.[5]

Por consiguiente, las formas de comunicar se construyen a partir de las diferentes formas de ver y mirar. Éstas deben ser desarrolladas en profundidad por todo escritor que tenga el deseo de destacarse en su profesión y que, por ende, refleje esas observaciones en sus obras, generando esa esperada tensión que hacen que sus escritos cautiven a los lectores.
He aquí el éxito de un buen escritor, a lo que se le debe sumar ciertos elementos que enuncia Calvino cuando dice que las observaciones de un escritor deben ser : “(…) verdaderas, carentes de prejuicios, atrevidas y, al mismo tiempo, delicadas”.[6]

Al empezar este ensayo, se planteaba la preocupación por la velocidad que puede llegar a alcanzar la escritura, una velocidad que se profundiza con la particularidad forma de mirar y observar de posee un escritor. De más está decir que, bajo estas condiciones, esa velocidad no conoce fronteras. Toda mirada cargada de sentimientos y percepciones se debe sentir en cada buena obra literaria. Son estas cuestiones las que transforman a cualquier persona que afina su arte de observar y mirar, en un buen escritor.

[1] Pérez, Sara. Eje de lengua. Ingreso 2003. Universidad Nacional de Quilmes.
[2] Calvino, Italo. Qué nuevo era el Nuevo Mundo, en Mirar.
[3] Carver, Raymond. Escribir, en La vida de mi padre, cinco ensayos y una meditación. Editorial Norma, Barcelona.
[4] Ídem
[5] Ídem
[6] Calvino, Italo. Qué nuevo era el Nuevo Mundo, en Mirar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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