Cuento de principiante
Nombre: Federico
Lugar: Tucumán
Fecha: 5 de julio
Fragmento de canción: “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habrá más pena ni olvido”…
Escapar era la única salida, ya nada se podía hacer y Federico lo sabía muy bien. Quedarse por más tiempo acabaría con su paz, con la de su familia y hasta incluso con su propia vida.
El 5 de julio Juan compro un pasaje de colectivo a Tucumán, llegó a su casa y se lo dio a su hijo. Le rogó que se fuera lo más antes posible y que no volviera. Padre e hijo conversaron:
─ Ya arreglé todo para que te quedes con tus tíos, allá en San Miguel
─ Pero no me quiero ir así
─ Te vas y punto. Que te quedes es peligroso para todos. Mira como sufre tu madre. Si ella supiera toda la verdad estaría peor.
─ ¿No se lo contaste?
─ Algo le conté, pero todo, todo no.
Al día siguiente y sin despedirse de nadie, tomó el colectivo con destino al interior.
Cuando Federico llegó a Tucumán, se encontró solo. No era fácil empezar otra vida alejado de sus seres más queridos. Días antes sus tíos, Edgar y Rosa, habían amueblado una habitación de su casa que estaba vacía y que después de la muerte de Víctor, nadie había usado. Ese era el nuevo cuarto de Fede. Era un cuarto silencioso, cómodo pero sin ventanas, tenía un ventiluz en el techo. Cinco frazadas tenía la cama.
El tío Edgar era muy chistoso, alegre y siempre se le escapaba una sonrisa cuando hablaba con alguien, pero Rosa no. Ella era más decorosa, sumisa y un tanto callada, siempre usaba grandes pañoletas con prendedores brillantes.
Una tarde Rosa llega a su casa luego de hacer las compras y ve que la camioneta de su marido ya estaba estacionada en el garaje y pregunta:
─ ¿Edgar ya llegaste?. ¿Por dónde andás? Ayudame con las botellas por favor ─ pero Edgar no contesta.
Rosa entra las botellas sola. Sale al patio y pega un grito. Edgar, su marido se había ahorcado y colgaba de la rama de un fresno que estaba en el medio del patio, entre los cordeles de la ropa.
Federico se había escapado de la casa de sus tíos ya hacía cinco días. Nadie sabía nada por donde estaba. Fue después de discutir con Doña Rosa por unas ropas sucias.
Un cantinero de la zona, Tito Ruiz, le había dicho a Edgar días a tras que había pasado por la cantina, en ese momento cuando Federico entró no había clientela, pidió un café y se sentó en una mesa pegada al baño de señoritas. Tito dijo que se sorprendió al verlo llorar mientras tomaba el café, y contó un detalle, un detalle más o menos peculiar. Contó que justo de fondo estaba la radio y que las lágrimas del muchacho empezaron a correr al comienzo de un fragmento de un tango, un tango muy conocido: “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver no habrá mas pena ni olvido”…
Desde aquella tarde no se supo nada más de Federico.
1 comentario:
Felicitaciones. Paristes tu primer cuento. Y ya lo publicastes. Chau-Fortunato .
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