Cuento sobre un sueño “VOLAR SIN AVIÓN”_
Pablo Babavópodo tiene 37 años. Es un excelente vendedor de seguros, el mejor por lejos. Trabaja en una compañía multinacional, líder en hacer creer a la gente la extrema necesidad se asegurarse hasta el dedo gordo del pie.
El mes pasado, Pablo, fue ascendido a Gerente General de la sucursal principal de la organización en Argentina, motivo por el cual dentro de 10 días deberá volar con rumbo a Chicago donde se encuentra la sede central de la Casa aseguradora, para la reunión extraordinaria anual que se celebra todos los años por esta fecha.
Babavópodo, se crió en un hogar de clase media del barrio de Barracas, donde nunca le faltó pero tampoco le sobró nada. Su madre Mariquena es una mujer muy juiciosa, beata, una mujer de misa diaria que siempre pasa por la peluquería a intercambiar chusmeríos antes de ir a buscar a su marido con un Peugeot 600 por la oficina de correo donde por más de 25 años trabaja. Él es simple, laburador, pintón y desentiende de lituanos. La única preocupación que siempre los padres de Pablo tuvieron fue que le chico se esmerara en todo y sobresaliera en todo lo que emprendiese. Por eso cuando Pablo comenzó su carrera universitaria de Administración Financiera, nunca contemplo la posibilidad de estudiar para un parcial y sacarse menos que 10. De hecho siempre se sacó 10.
El living de su casa se había transformado en una especie de altar con todas las menciones de honor, diplomas, acreditaciones, medallas, parciales encuadrados y fotos de aquellos días de gloria.
Grande fue el asombro de sus compañeros cuando Pablo empezó a trabajar en la compañía de seguros porque nadie suponía que detrás de esa parva de rulos pelirrojos y grandes ojos verdes se encontraba uno de los más altos coeficientes intelectuales del país.
Mientras que su madre ultimaba los detalles de la ropa que preparaba para que Pablo asistiera a un cóctel en su honor, por su ascenso y que sus amigos habían ideado, Pablo preguntó:
─¿Estos pantalones no son demasiado grandes?
─Pero noooo. Como se nota que no estás acostumbrado a usar esmoquin. Los pantalones de esmoquin son así ─ respondió la madre .
─Bueno, peroooo, parezco un pingüino ─ dijo Pablo.
─ Qué pingüino ni que ocho cuarto, cheee….va, va, va ─ refutó Mariquena.
Dos horas después el pingüino apareció en el restobar de Barrio Norte. Las copas iban y venían pero nunca tocaron los labios resecos de Pablo. Los canapés parecían muy sabrosos pero nunca entraron a la boca de Pablo. Pablo esta nervioso. Pero ¿por qué estaba nervioso Pablo? Nadie lo sabía hasta que Mirta, su amiga aficionada a la repostería le preguntó. Se lo preguntó de buena manera, si había algo que caracterizaba a Mirta era su manera de preguntar.
Pero Pablo no contestó, le daba mucha avergüenza.
Cuando Pablito tenía 13 años, sus padres le regalaron un viaje al parque de diversiones más importante de occidente, en Yanquilandia. Ese viaje marcó al niño para siempre. A una hora de llegar y en pleno vuelo una de las turbinas del avión explotó lo que provocó un pánico generalizado en todo el avión. Pablo iba sólo en ese viaje, sus padre solo habían comprado un pasaje para él. En el aeropuerto lo esperaba su tío Enrique. Tan grande fue el susto del muchachito que de regreso no quiso volver en avión y juró que nunca pisaría otro en toda su vida. Por lo tanto su regreso fue muy largo: hasta Tijuana viajó en tren, hasta Honduras en colectivo, hasta Bogotá en automóvil, hasta Perú en motocicleta, hasta Jujuy en burro, hasta misiones en un corcel azabache, y por el rió Paraná hasta Buenos Aires en catamarán.
Pero Pablo en 10 días debía estar en Chicago, y esta vez debería volver a usar un avión. Esa era la gran preocupación de Babavópdo, mejor dicho el gran miedo que lo acorralaba y lo dejaba sin salida. Un hijo ejemplar, orgullo de sus padres, un empleado modelo, un exitoso trabajador y estudiante se encontraba entre la espada y la pared ahora que había alcanzado su máximo logro, su tan esperado y deseado ascenso. Su miedo a volar hacía que todo retrocediera en el tiempo a cuando tenía 13 años.
El día llegó. Pablo Babavópodo estaba arriba del avión. Los motores se pusieron en marcha, ya no había vuelta atrás. Pablo sudaba, se aferraba muy fuerte al asiento y oraba. La luz se oscurecía y la oscuridad fría y tenebrosa se lanzaba cual lobo hambriento y rapaz sobre Pablo.
Dos días más tarde, el exitoso Pablo Bbavópodo, hijo de un inmigrante lituano y de una mujer juiciosa disfrutaba de su flamante puesto de Gerente General en su oficina de Puerto Madero. Un logro más para su altar. Pablo venció con éxito su fobia a volar.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Es bueno tu cuento.Tienes una gran capacidad narrativa, con la particularidad de un observador,das detalles ,que parecen insignificantes,pero introducen al lector en la lectura.
Si perfeccionas tu técnica vas a alcanzar logros interesantes-
chau-Fortunato-
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